En esto del golf, los amateurs, esa especie que pululamos por los campos de España los fines de semana, fiestas de guardar y algún día entre semana en que suena la flauta, muchas veces nos empeñamos en compararnos con los profesionales.
Sí, vale, todo el mundo dice que esto no es así, que sabe la diferencia entre un amateur y un profesional, que sabe que ellos viven de esto y nosotros nos ganamos el jornal con otras actividades más aburridas y menos lúdicas. Sin embargo, cuando estamos ante un golpe complicado, muchas veces optamos por agarrar el hierro cinco e intentamos hacer ciento-no-se-cuantos metros desde el rough porque lo hemos visto en la tele. O alrededor de green, intentamos hacer ese globo imposible que tanto nos gusta cuando lo hace Mickelson en vez de jugarla bajita. Es inevitable, supongo, porque a casi todo el mundo que conozco nos pasa lo mismo.
El otro día hablaba con el profesional de mi club y me dijo una cosa que me dejó pillado, no porque tuviera razón, que en esto del golf casi siempre que él y yo tenemos puntos de vista diferentes, es él quien suele tener razón, sino por lo sencilla que era y lo útil que me pareció.
Él afirmaba que la gran diferencia entre el jugador y el jugador profesional, no es que los pros patéen mejor que nosotros, o que de cien metros para abajo sean mucho más precisos. Ni siquiera es la distancia ni la pegada, como muchos piensan. Para él, la gran diferencia y por ende, el gran problema es que los profesionales saben aceptar EL FALLO, mientras que los amateurs, no.
Curiosamente –porque debería ser al revés- un profesional entiende que en una vuelta de golf el fallo puede venir en cualquier golpe, el cualquier hoyo, en cualquier situación. Sin embargo, lo entiende y lo acepta porque sabe que jugar perfecto a este deporte es imposible. Lo intenta olvidar lo antes posible en mayor o menor medida y sigue su vuelta. ¿Qué hace un random amateur por norma general? Se mosquea.
Ese es el gran error del jugador amateur; no entender que en cada vuelta vamos a generar nuestra ración habitual de golpes fallados. Más o menos depende del día, por supuesto, pero haberlos los habrá. Debemos por tanto aceptarlos y no arrastrar los fallos pasados hoyo tras hoyo, porque no harán sino generar más todavía.
El pro me decía que cuando se sale a jugar, se debe asumir ese porcentaje de golpes fallados. Por supuesto cuando más bajo es el hándicap, menos fallos van a haber -o mejor dicho, debería haber-. Entender y aceptar el haber dado un soket, el haber mandado la bola fuera de límites por un hookazo, hacer tres putts desde dos metros o pegar un salto de rana en un golpe aparentemente fácil redunda sin duda alguna, en el beneficio del jugador.
Su teoría me convención, la llamé La Teoría del Fallo –sí, lo se, soy un tío original buscando nombres- y si al salir al campo somos capaces de aplicarla, de aceptar el fallo y de entenderlo como hacen los profesionales, a todos nos iría mejor y, sobre todo, disfrutaríamos más (aún).